Por Paula Ballesty*. El jueves pasado la diputada del PRO aliada del oficialismo, Marilú Quiroz, organizó un encuentro antivacunas en el Anexo del Congreso de la Nación. La escena fue casi insuperable por lo bizarra: la protagonizó junto a un “hombre‑imán” que atraía objetos a su torso desnudo frente a cámaras y asesores, mientras en otra sala del Parlamento, profesionales de la salud diputados debatían sobre la urgencia de financiar la epidemiología.
El evento, vale recordarlo, tuvo el visto bueno del Presidente de Cámara baja, Martín Menem. Ocurrió pese a las advertencias sobre riesgos sanitarios, y en un contexto donde la vacunación infantil cayó a su piso histórico por la ausencia total de campañas de prevención, y el desmantelamiento de políticas públicas de vacunación del Gobierno de Javier Milei
Ese instante, viralizado como meme por el mundo, condensó la lógica de época: mientras el país asistía atónito a un espectáculo absurdo, los verdaderos centros de poder no descansan; quienes realmente toman decisiones -económicas, regulatorias, financieras y tecnológicas- operan sin interrupciones y sin discusión pública.
Y ahí el matiz; el hecho protagonizado por Quiroz, más allá de tener un tinte claramente ideológico, funciona estratégicamente como distracción. Un ejemplo claro de cómo la política puede transformarse lastimosamente en show mediático.
La reacción política: el PRO intenta despegarse
Apenas explotó la escena -y el ridículo adjunto- el PRO salió a despegarse rápidamente. Aclararon que aquello “no representa la posición institucional del PRO”, que el partido “no avala teorías carentes de evidencia científica” y que el calendario de vacunación es “política histórica…”.
Pero más allá del repudio formal, el daño simbólico ya estaba hecho: el acto ocurrió dentro del Congreso, autorizado por el Presidente de la Cámara, y en un clima donde la palabra “antivacuna” dejó de ser marginal para convertirse – por omisión o por guiño- en un fenómeno con legitimidad institucional.
La advertencia desde Santiago de Chile
Mientras Argentina recalienta sus propias contradicciones, Chile encendió una alerta epidemiológica nacional por el aumento de casos de sarampión provenientes de territorio argentino.
El Ministerio de Salud chileno recomendó reforzar la vacunación, aumentar la vigilancia en fronteras y evitar la circulación de discursos de desinformación sanitaria.
El mensaje fue claro y diplomáticamente incómodo: los retrocesos argentinos comprometen la seguridad sanitaria regional.
Dicho con suavidad, el vecino advirtió con preocupación, lo que acá un sector de la política degradó hasta convertirlo en espectáculo de feria.
Alerta del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires
De este lado de la Cordillera, el Ministerio de Salud bonaerense también emitió su propia alarma: frente a la confirmación de casos de sarampión en 2025, la cartera advirtió: caída severa de vacunación infantil que compromete la inmunidad colectiva, riesgo efectivo de brotes de enfermedades que estaban controladas y la urgencia de campañas territoriales, sobre todo en escuelas y centros de atención primaria.
El mensaje provincial fue directo, sin metáfora; “la desinformación legitimada desde espacios institucionales acelera escenarios epidemiológicos peligrosos”.
La vacunación como acto colectivo y la fragilidad inmunológica
El hecho que protagonizo la diputada Quiróz, además de ser una irresponsabilidad, tiene clara intencionalidad; la instalación de sentido, en el marco de una gestión “antivacuna” del Gobierno libertario, que produjo una baja alarmante en los índices de la vacunación infantil;
En 2024, menos del 50% de los niños de 5-6 años recibió las vacunas esenciales del calendario obligatorio (triple viral, polio, difteria, tos convulsa). La triple viral cayó al 46% -cuando entre 2015 y 2019 superaba el 90%. Otras vacunas clave también están por debajo del 50%.
Desde la llegada del nuevo gobierno, el presupuesto de salud se redujo aproximadamente un 48% en términos reales, con suspensión de campañas federales de inmunización, recorte de personal, debilitamiento de la estructura sanitaria y una disminución notable en la difusión pública.
El resultado es un concepto que los epidemiólogos describen como “fragilidad inmunológica colectiva”: una sociedad que pierde la memoria inmunitaria adquirida a través de décadas de políticas sanitarias basadas en evidencia.
Por su parte, la Ley 27.491,”Ley Nacional de Vacunación” establece que la vacunación es obligatoria, gratuita y universal, fruto de décadas de evidencia científica. Vacunarse no es solo un acto individual, sino un compromiso colectivo: es proteger a toda la ciudadanía a través de la llamada “inmunidad de rebaño”.
La ruptura del contrato social sanitario
Separado del show, de las cámaras, del torso desnudo y de las cucharas pegadas, el problema estructural es otro:
Argentina está desarmando -de manera silenciosa- su escudo sanitario más importante: la inmunidad de base poblacional.
No es solo un fenómeno argentino: los movimientos antivacunas globales crecieron en los últimos años aprovechando la fragmentación política, el descrédito hacia las instituciones y la circulación incontrolable de información falsa.
Pero el caso local tiene un rasgo diferencial: la desinversión deliberada del Estado en salud pública, que convierte al país en un territorio fértil para rebrotes.
Científicamente, las ventanas de vulnerabilidad se amplían cuando la cobertura cae por debajo del 85%. Argentina hoy está entre 40 y 50% en varias dosis críticas.
Políticamente, la erosión de consensos elementales -como la vacunación obligatoria universal- revela una grieta más profunda: La ruptura del contrato social sanitario, ese pacto no escrito por el cual la sociedad reconoce que ciertas políticas no se discuten porque protegen a todos.
Cuando ese consenso se quiebra, cuando incluso legisladores promueven teorías indemostrables, sin sustento científico, el sistema entero se pone en riesgo.
Y entonces, uno mira toda esta secuencia y se pregunta, casi con pudor, qué lugar nos queda para la sorpresa. Porque, al fin y al cabo, no estamos hablando de una metáfora ni de ficciones distÓpicas: estamos hablando por ejemplo, entre otras enfermedades- de la vuelta histórica del sarampión. Sí, sarampión. Esa enfermedad que nuestros abuelos enterraron en el álbum amarillento de la historia sanitaria, y que ahora nos golpea nuevamente la puerta.
La escena en el Congreso podría hacer reír si no diera miedo. Pero el miedo no nace del hombre imantado, ni de las cucharas, ni del ridículo gratuito. Nace de otra cosa. Nace del desamparo. De la certeza incómoda de que se está jugando con uno de los bienes más preciados; la salud.
Porque, mientras algunos se entretienen con la posverdad de utilería, la biología sigue su curso. La inmunidad no entiende de épica libertaria ni de gestas de cartón pintado. La salud pública -ese viejo invento ilustrado- no se sostiene con fe, sino con políticas. Con campañas. Con recursos. Con decisiones que no buscan likes, sino resultados.
Y, si querés, ahí está el nudo: cuando la política renuncia a su deber más básico, la biología ocupa su lugar, y lo hace sin pedir permiso.
El resto, si todavía queda resto, será decidir si aceptamos vivir en un país que retrocede un siglo para demostrar que tenía razón un puñado de lunáticos, o si todavía somos capaces de recordar que hubo un tiempo -no tan lejano- en que las vacunas no eran tema de debate sino de orgullo colectivo.
Pero, claro… para eso hace falta memoria.
*Abogada (Abogadas Justicialistas)
Bochorno y evocación medieval en el Congreso de la Nación.
La diputada del Pro por Chaco, Marilú Quiroz, protagonizó este jueves un acto antivacunas, que generó polémica y repudio en el sector de la salud.
Presentó al "Hombre Imán".
Ni @PeterCapussoto llegó a tanto. pic.twitter.com/ZxQ9xMiTew— MMorenoNoticias (@mmorenonoticias) November 28, 2025
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