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Biden y Putin

Por Luis Fernando García Núñez (Desde Colombia) Miles de muertos para las próximas semanas por el covid, una desenfrenada inflación, decenas de complicaciones por el cambio climático, nevadas históricas, tornados, escasez de productos en los supermercados, violencia en las ciudades y en los centros educativos y escándalos de toda laya en el país, y para el cierre un presidente que quiere que Rusia invada a Ucrania para ver si sube unos puntos en las encuestas que lo tienen muy mal frente a sus ciudadanos y al mundo. Y, además, quiere que Europa, que goza de paz, se meta en un conflicto que él ha creado y sostenido con especial interés, y que China participe en esta endemoniada trama de la invasión rusa a Ucrania. Es una rápida síntesis de lo que pasa en Estados Unidos, un año después de la poco clara victoria sobre su igual Donald Trump.

Todo parece indicar que Biden sí ganó las lecciones. Y las ganó con pronósticos, encuestas y medios de comunicación. Ganó él, pero no ganaron los demócratas. No ganó el país que volvió a perder, como había perdido cuatro años antes. Como casi siempre, a pesar de ser la más sólida democracia del mundo. Sí, del planeta Tierra. Los Estados Unidos lo dicen: somos un ejemplo, el único que existe. Y se pasean por el mundo y sancionan e invaden, o bloquean, o disparan, o censuran, o no están de acuerdo, o embargan las riquezas, o imponen la guerra contra las drogas, aunque nada hagan contra el consumo,… sí, son como una democracia, bueno, o parecen una democracia según su estilo de democracia –América para los americanos–, que ese es otro cuento. Ellos definen qué es la democracia y tienen el único sello de garantía que hay en el mundo, la certificación que muchos buscan con angustia y por la que hacen lo que sea, invadir a los pueblos amigos, participar en los asesinatos de dirigentes, aplaudir los crímenes de Israel, vitorear injerencias, dejar sin medicinas y alimentos a millones de seres humanos para que caiga un dictador o un gobierno que no les implora su ayuda.

No sorprende, entonces, que ahora quieran que Putin invada a Ucrania. Es decir, que a los muertos del covid quieren que se sumen los muertos de otra guerra, de las tantas promovidas para vender armas, para quedarse con recursos y mantener ese liderazgo en intervenciones que tanto añoran, con el que sueñan desmedidamente. Y Biden parece más un pontífice que un dirigente. Que un dirigente mundial que empeñó su palabra por la paz, que dijo todo lo contrario de lo que está haciendo, que ha seguido el mismo guion de su antecesor, el mismo relato de la supremacía blanca, de las bochornosas huidas, de los tantos dólares gastados cuando habrían podido ayudar a millones de compatriotas o, mejor, al servicio de salud que reciben los habitantes de esta potencia mundial. El mismo que es capaz de dejar sin recursos a millones de seres humanos por la sola razón de que viven y aguantan dictaduras que no son del afecto de los Estados Unidos, porque aunque parezca mentira Estados Unidos si tiene dictadores amigos, dictadores que asesinan a sus pueblos, que los reprimen, que los engañan, que son corruptos y perversos, que trafican drogas, pero se rinden, se arrodillan, veneran a los creadores de la Doctrina Monroe.

Quieren otra guerra, pero en cuerpo ajeno, como casi todas las guerras que ha promovido la primera potencia del mundo, la cuna del capitalismo, el imperio, como decían los comunistas de hace ya tantos años. Ese país que mal gobierna Biden, ese señor que lleva años allá en el poder, ocupando todos los cargos importantes y que prometió una nueva forma de gobernar, que es la misma forma como han gobernado desde hace muchos años los presidentes de este desprestigiado señorío. El mismo discurso de Trump, de los Busch, de Reagan, de Clinton, del afroamericano Obama, de Ford. Sí, de todos, con pocas excepciones. Poquísimas, porque al final no son muchos los presidentes de este país que han sido asesinados o que han muerto en el ejercicio de sus funciones.

Los noticieros del mundo, en todos los idiomas posibles, muestran siempre esa Casa Blanca que tantas infamias ha presidido, que tantos dolores de cabeza le ha producido al mundo, donde tantos desatinos se han cometido contra los pueblos del planeta. Nunca lo imaginó el arquitecto de origen irlandés, James Hoban, que ideó el proyecto hace cerca de 230 años. No lo podía imaginar porque entonces prometían los acontecimientos que sería una nación gobernada por humanistas, por mujeres, muy pocas, y hombres sabios y dignos de ocupar un cargo en la historia. Entonces, también, el concepto de historia tenía un alto significado del ser humano, aunque siempre esos conceptos han estado manchados por la supremacía blanca, por el honor de unos señorones ricos y sedientos de poder, patriarcas atorados en su mezquindad, en sus poquísimos sentidos, en su desprecio por la vida. Sí, los señores de la esclavitud, los que acabaron con los verdaderos dueños de esas tierras. Los que al final, es fuerza decirlo, han gobernado a los Estados Unidos.  Es la historia de los pueblos. La historia que casi nadie pregona ni enseña porque puede ser tildado de comunista, de terrorista u otros adjetivos utilizados con insania inigualable. Ellos que han sido también dueños de la palabra. Dueños de todo, amos de la vileza. Son los mismos que ahora claman porque Rusia invada a Ucrania para, según sus designios fatales, salvar la libertad, la democracia, la dignidad de las naciones. Todo resuelto en un acto de democracia como esa de nombrar a una afroamericana como jueza de una Corte que se alimenta del racismo, del desenfrenado desprecio por los millones de inmigrantes que recorren los caminos de esa potencia, muchas veces perseguidos, pero siempre presentes en la construcción del país. Sí, de ese país hecho por inmigrantes.

Sí. Biden representa hoy a Estados Unidos, es el representante legal de esa inmensa democracia, de la más grande del mundo, de la única. Él es el jefe indiscutible. Es él quien quiere que Rusia invada a Ucrania. Y Putin, el otro todopoderoso, está ahí, con ganas de invadir, con ganas de hacer un desastre para cumplirle al imperio. Desde el Kremlin, aunque casi siempre los noticiarios muestran la catedral de San Basilio, en la hermosa Plaza Roja. Sí, él puede hacer realidad el sueño de Biden y luego el desangre, y millones de seres humanos, que no les importan, sufriendo la tragedia de las bombas, del fuego, del terror, del dolor, del hambre, de la soledad, de la represión, del odio. Soldados traídos de las entrañas de las aldeas, exponiendo la vida porque dos dirigentes mundiales los quieren enviar al sacrificio como si la vida de esos hombres dependiera de los deseos de unos poderosos que poco, o nada, saben de los pueblos. La historia lo dirá, no en los textos oficiales, sino en los testimonios de la literatura, de las canciones, de las leyendas y los mitos, en los recuerdos de los sobrevivientes de ese u otro genocidio.

Y todavía ahí, sin solución definitiva, ese virus, ese espantoso virus salido de un laboratorio o de un murciélago, o de un mercado, o transportado por soldados y futbolistas, ahí, expandiéndose, sin quien lo combata porque los recursos para hacerlo se están gastando en la inutilidad de las encuestas que tanto placer u odio les producen a quienes nos gobiernan, aupados por los negacionistas, por los antivacunas, por la ignorancia de pueblos arrodillados a los pastores de la catástrofe, por la sabiduría de los científicos del hambre y la mentira, los del chip. El mundo parece vivir los primeros días de un apocalipsis que podríamos haber evitado si el humanismo alimentará los medios de comunicación, si la generosidad reemplazará esa idea nefasta de la riqueza, si el oro y el petróleo estuvieran todavía en los fondos de la Tierra.

En tanto, Biden y Putin, en sus fortalezas palaciegas, en conferencias de prensa, en discursos destemplados, en peripecias diplomáticas, en enredos, convocando al desastre, a la guerra, al hambre y al desplome universal. Y de fondo los picos del covid y los muertos y los vacunados y los no vacunados y las leyes contra la libertad y el desempleo y el hambre y los fraudes y las persecuciones y…

Al final, solo una pregunta: ¿Cómo será el mundo en el 2122?

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