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Con el peronismo no se jode

Por Maximiliano Borches. Históricamente, los sectores anti-peronistas (o popularmente conocidos como “gorilas”), intentaron de distintas maneras exterminar al peronismo. Desde la conformación de la “Unión Democrática” en 1945, hasta la irrupción de la alianza “Juntos por el Cambio” en nuestros días, todos han fracasado en esos intentos. En esa línea histórica, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, solo pudo sitiar por algunas horas con vallas y un fuerte dispositivo represivo, el domicilio de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. El peronismo encolumnado nuevamente tras el fallo persecutorio de los fiscales Sergio Mola y Diego Luciani, sintió que la decisión de Larreta era una “mojada de oreja”, y rápido de reflejos se movilizó de a miles al domicilio vicepresidencial, poniendo fin al sitio. El desafío ahora, es mantener la cohesión de los distintos sectores del peronismo para avanzar contra los formadores de precios, que vuelven prohibitivo el acceso a alimentos, y conformar una opción de continuidad política en 2023.

La avanzada político/jurídico/mediática contra la principal referente del peronismo Cristina Fernández de Kirchner, consiguió lo que el oficialismo internamente no lograba: la unidad del peronismo y sus aliados.

Consolidado a través de un movimiento de masas autoconvocado en aquel mítico 17 de octubre de 1945 -que muy difícilmente pueda volver a darse por su magnitud humana e histórica-, el peronismo se consolidó como partido político hasta el golpe cívico-militar-eclesiástico del 16 de septiembre de 1955, donde rápidamente se transformó en un movimiento, debido a las necesidades organizativas que planteaba la clandestinidad y la proscripción que militares, conservadores, radicales y sus siempre obedientes aliados de la “izquierda”, le impusieron a la principal fuerza política durante casi 18 años, hasta 1973.

Desde entonces, y fiel a la doctrina justicialista escrita por Juan Domingo Perón, cada peronista entendió que “llevaba en su mochila el bastón de Mariscal”; es decir: cada peronista sabe lo que tiene que hacer, en el momento adecuado. Esta lógica organizativa, pasada como legado de generación en generación, en un movimiento que escapa a los saberes teóricos de los movimiento y partidos políticos tradicionales, es la que mantiene viva al peronismo y su incidencia de masas, a 76 años de su creación y luego de la caída del Muro de Berlín, que se llevó puesto a una de las grandes empresas ideológicas del pasado siglo XX: el marxismo.

En estos últimos tiempos, y ante una tibieza por momentos espasmódica del presidente Alberto Fernández, cuya  zaga de titubeos interminables generaron la zozobra que acompaña la actual coyuntura político/económica, el peronismo retomó lo mejor de su tradición y de manera autogestiva, volvió a demostrar su enorme poder de movilización y de acción decisiva, cuando la coyuntura así lo requiere.

El desafío ahora, pasará por lograr una sólida cohesión interna y definir nuevos líderes que representen a las provincias argentinas y sus intereses, para lograr recuperar el terreno político perdido tras los embates de la pandemia de coronavirus y el caos en los bolsillos populares que genera la maldita inflación, y volver a ser opción de Gobierno en 2023.

Nadie puede dudar, ni siquiera un instante, que Cristina Fernández de Kirchner es la principal referente del peronismo, y en su figura se sintetiza la pasión y el acompañamiento de cientos de miles de argentinos, pero tampoco se puede omitir que otro sector de la población, muy numeroso también, no la acompañaría en las urnas, y que muy difícilmente pueda emular al general Perón en lograr tres mandatos presidenciales, si así lo decidiera ella.

Cristina es el corazón del peronismo actual, pero los cuerpos también necesitan ser integrados por otras partes vitales.

La gran demostración de fuerza del último sábado, que arrasó con las vallas del autoritarismo macrista, demostró algo simple y concreto: con el peronismo no se jode.

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