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Sachsenhausen no conoce de pandemias

Por Grecia Roldán* (Desde Berlín. Especial para Mariano Moreno Noticias) Las doce del mediodía marcaba el reloj de mi celular cuando tomamos el subte “S1” en la Estación Central de Berlín. Destino próximo: el (ex)campo de exterminio “Sachsenhausen”, situado en un pueblo contiguo a Berlín llamado Oranienburg, perteneciente al estado federado de Brandeburgo. Pensaba en el día tan gélido, tan despiadado del invierno berlinés que escogimos para realizar la experiencia de conocer un lugar que, como tantos muchos otros en el mundo, expresa y exhibe el rasgo más destructivo y brutal del ser humano.

La soledad y la pandemia, hermanas intempestivas en la experiencia global actual, se hacían presentes en la estación de tren, junto a sombríos murales que dialogaban acerca de la tolerancia. Curiosa palabra si se piensa en su escasez a la primera interpelación positiva que se realiza a un conjunto de egos en masa.

Cuando llegamos a aquel pueblo tan cercano, y al mismo tiempo tan lejano a los barrios típicamente berlineses de trajes, tapados modernos, oficinas y gente con distintas prisas, ante todo, con la delicada prisa de extraerle al tiempo cada vez más fracciones de su tiempo. Las casas, unas tan idénticas a las otras. Las calles. exclusivamente habitadas por vehículos modernos pasaban mientras esperábamos cruzar la calle de a pie. En el portón de entrada al campo Sachsenhausen visualizamos una pareja: él, alemán; ella, brasilera. Estaban junto a un trabajador del lugar, que muy amablemente los recibía luciendo su portugués.

«Las doce del mediodía marcaba el reloj de mi celular cuando tomamos el subte “S1” en la Estación Central de Berlín.»

Mientras presenciaba la escena, ensimismada, pensaba en si tal vez las personas que trabajan allí se interpelarán a menudo o no acerca del significado del lugar. Si consiste en algo tan lejano, de otro tiempo, y por eso mismo, para qué (re)pensarlo más. O, por el contrario, algo que aún se abre cada tanto a la reflexión e incluso a la luz de acontecimientos actuales, y en base a distintas sociedades. Cálculo, cemento y barracas, también máquinas de construcción y remodelación disponen la mirada milimétricamente hacia todos los espacios y rincones del lugar. Sin dudas, nada escapó a la mirada de las personas racializadas positivamente en el tiempo dictatorial. Sin embargo, no dejo de interrogarme: ¿qué existirá más allá de esa “fachada” cuasi museica de un lugar que funcionó como campo de eliminación de personas en tiempos no tan lejanos? Más allá de la tan curiosa forma de exhibir la geografía material de lo que fueron sus estrategias de exterminio, y la póstuma apertura a un público: el mundo.

La palabra vergüenza, un vocablo que en primera instancia aparece con cierto tinte de ingenuidad, se presenta como demasiado inocente. No recuerdo muy bien la ocasión, pero una profesora de la Universidad en la que me formé, explicó acerca del significado de la palabra vergüenza. De cómo funciona dicha expresión. Sí, para la sorpresa de algunas personas los términos no sólo existen como entidades simbólicas dentro de un todo coherente, sino que (re)crean realidades. Podríamos afirmar como primera aproximación a dicha noción, que la vergüenza señala una emoción, entonces el interrogante que necesariamente surge es: ¿cómo funciona dicha emoción en una realidad específica? Y bien, concibamos a la vergüenza en movimiento, es decir, solo podemos interceptarla a partir del contacto entre las personas, y por eso mismo de algo que me genera y refleja con otro individuo. Ese algo consiste en los límites con que una sociedad, sino una humanidad, está dispuesta a imponerse a sí misma. Si cruzás esos límites, aparece la vergüenza. Aunque sólo pueda sentirse, vivirse, experimentarse de manera individual, consiste en un fenómeno estrictamente social. La vergüenza es una experiencia social, relacional, a pesar de que sea una persona individual la que lo sienta, viva, y si es que es capaz, reconocerla.

La vergüenza, en cierta forma, puede marcarnos la moral con que una determinada sociedad está dispuesta a dialogar o no.

Como un contrapuesto a la vergüenza podemos identificar la compasión. ¿Cómo no pensar en la experiencia terrible de ser prisionero y prisionera en un campo de exterminio sofisticado mientras se camina por dicho diseño? Donde se trató de acceder, controlar y manipular de manera total y eficiente a una de las características fundamentales que nos hace ser humanos, que nos define como tales: la conciencia y todo lo que la conforma como los sentires, las emociones y recuerdos de sí. El gran interrogante que seguirá abierto es: ¿lo habrán logrado?

Crónicas de un recorrido por el campo de concentración Sachsenhausen porque. . . los campos de exterminio no conocen de pandemia.

Socióloga*

«…¿qué existirá más allá de esa “fachada” cuasi museica de un lugar que funcionó como campo de eliminación de personas en tiempos no tan lejanos?»

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