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Malvinas, Antártida y la Argentina bicontinental

Por Maximiliano Borches. A 43 años de la gesta de Malvinas, Argentina se encuentra hoy más vulnerable, tanto política como materialmente, para defender sus intereses estratégicos y soberanos sobre el archipiélago usurpado militarmente por el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte.

La falta de un plan estratégico de disuasión, que le imponga a la potencia agresora ocupante gastar ingentes cantidades de dinero para mantener su posición colonial en el Mar Argentino, como el alineamiento irrestricto decidido por el gobierno de los hermanos Milei al principal aliado de Londres; los Estados Unidos, impone que la Argentina actúe solo de manera declamativa y toda acción del Ejecutivo se reduzca a realizar insípidos actos de homenaje a los caídos por la defensa del territorio nacional.  La Argentina bicontinental ocupa 4 millones 900 mil kilómetros cuadrados, sumando la zona exclusiva marítima del Atlántiso Sur y los espacios marítimos que el país reclama para sí de la Antártida.

En este contexto, de resignificación de intereses geopolíticos globales y una imparable disputa por controlar los recursos naturales del planeta, la definición sobre quien (o los pocos que) controlarán la Antártida y sus mayores reservas planetarias de agua dulce, su alta variedad ictícola, gas, petróleo, minerales y el  geostratégico control de la única conexión natural entre los océanos Atlántico y Pacífico, urge que se ponga en práctica un plan nacional que reestablezca la presencia mundial del interés argentino en su zona de influencia directa.

En este sentido es de suma importancia recordar el artículo publicado el pasado 23 de enero de este año, en el diario británico conservador The Telegraph, donde afirma que el petróleo de la Antártida podría salvar al Reino Unido, país que se encuentra en medio de un declive económico. “El continente congelado nunca ha sido tan tentador, pero a medida que otras naciones intentan sumarse a la acción, se desata una carrera”, indica en uno de sus párrafos la publicación.

La Guerra de Malvinas en cifras

El conflicto armado entre Argentina y el Reino Unido/OTAN duró 74 días, y arrojó un total de 649 muertos argentinos (de ellos, 323 se encontraban embarcados en el buque ARA “Gral. Belgrano”, que navegaba fuera de la zona de exclusión de combate, lo que se convirtió en un crimen de guerra por parte de las tropas invasoras) y 1.687 heridos. Finalizado el combate, la cantidad de soldados argentinos que se suicidaron oscila entre 300 y 500, según las agrupaciones de veteranos de guerra. Una cifra que vergonzosamente al día de hoy se desconoce con exactitud.

Del lado británico, las bajas en combate ascendieron a 255 muertos y 775 heridos, a la vez que 264 exsoldados británicos se suicidaron tras el conflicto.

En cuanto al material bélico perdido en combate, Argentina tuvo 47 aeronaves destruidas y 6 buques hundidos, en tanto el Reino Unido perdió 34 aeronaves, 8 buques resultaron hundidos y 17 con averías de distinta consideración.

En esta nota, el autor realiza un recorrido histórico, donde señala la voluntad que tuvo la Argentina en el pasado para sostener su reclamo antártico, así como la ventaja geoestratégica que implica la escasa distancia que existe entre la Antártida y el territorio continental argentino. Además, menciona que el Tratado Antártico firmado en 1959 limitó el uso del continente a fines exclusivamente pacíficos como la ciencia y la investigación.

Sin embargo, el artículo pone en tensión este asunto y sostiene que esa conservación podría estar llegando a su fin, ya que podría desatarse una carrera geopolítica por recursos antárticos.

Es un recordatorio de que tanto el Ártico como la Antártida ya no están protegidos por lo que hasta hace poco se denominaba excepcionalismo. Esta es la idea de que ambas regiones se caracterizaban por altos niveles de paz y cooperación, en gran medida protegidas de dinámicas geopolíticas más amplias”, afirma.

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y sus promesas de extraer recursos, junto con sus aspiraciones de adquirir Groelandia para los Estados Unidos, podría provocar un cambio de época en cuanto a la conservación de los polos, que tendrían una eventual existencia de enormes depósitos de minerales muy tentadores para los países que son potencias mundiales.

 

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