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A 45 años del último golpe de Estado cívico-militar: los verdugos, la memoria y la economía

Por Maximiliano Borches. Los verdugos no pudieron con la memoria de los compatriotas detenidos, desaparecidos y asesinados. Argentina es un país contradictorio; desesperante por momentos, exultante de belleza en otros. Sin embargo parecería ser que existe un mecanismo que se transmite de generación en generación, que mantiene viva la memoria. El infinito amor popular a las figuras de Juan Domingo Perón y Eva Duarte de Perón; el recordar a los mártires de las luchas emancipatorias, cuando no reivindicadoras de derechos, son ejemplos de esas expresiones de la memoria viva de una mayoría vibrante, que ningún centro clandestino de detención, como ningún mecanismo de los denominados “lawfare” o “fake news” pudo ni puede detener o controlar.

A 45 años del último golpe cívico-militar perpetrado también con un fuerte apoyo eclesiástico, los dos modelos de país que por entonces se disputaban; el de desarrollo nacional con inclusión social, versus neoloberalismo, continúan hoy vigentes y en disputa. El neoliberalismo en Argentina solo pudo imponerse a sangre y fuego. Por esa razón, seis de cada 10 detenidos-desaparecidos eran delegados de base, dirigentes y/o activistas gremiales.

El nivel de conciencia y organización que había logrado el peronismo desde sus primeros pasos en 1943, cuando Juan Domingo Perón asumió como Secretario de Trabajo y Previsión de la Nación, potenciado por los diez años más felices de la historia argentina y los casi dieciocho años de proscripción del Movimiento Nacional Justicialista; no solo habían logrado la mayor conquista de derechos laborales, sociales, económicos y culturales de toda América, también habían generado una cultura del trabajo y la producción, que a principios de la criminal dictadura, encontró a una Argentina casi con pleno empleo y sustitución de importaciones a gran escala.

Esta realidad era vista con preocupación desde Washington. Por tal motivo, y debido a los avances revolucionarios que habían comenzado a gestarse en la década del ´60 en África, Asia y en la por entonces denominada Europa Oriental, y que en la posterior década del ´70 irrumpió en América Latina, comenzó a desplegarse el siniestro “Plan Cóndor”, una acción coordinada de mutuo apoyo de las dictaduras que con la venía y el apoyo explícito del gobierno de los Estados Unidos, comenzaban a ocupar cada territorio de la América del Sur. Entre los principales exponentes de esta certera acción política contra los intereses nacionales y populares de las repúblicas sudamericanas, se destacó el entonces jefe del Departamento de Estado estadounidense, Henry Kissinger.

Pronto la realidad de nuestros países tomó la forma del horror colectivo y del infinito sufrimiento de los campos de la muerte. Sin embargo el objetivo principal de esta acción fue económico. Desde Washington, en alianza con las oligarquías criollas y los miserables de siempre, avanzaron en su objetivo de destruir la industria nacional, para debilitar de esta manera al movimiento obrero organizado e inundar de productos extranjeros el mercado interno, con la finalidad de hacernos más dependientes. En eso tuvieron éxito.

La dictadura cívico-militar fue el mayor acto de entrega de los intereses nacionales y el pillaje a escalas astronómicas. Los empresarios que se enriquecieron en ese proceso (las familias Macri, Saguier, Héctor Magnetto, Paolo Rocca y tantos otros), todavía no pagaron su participación en esos años de muerte y silencio.

Siempre se está a tiempo de ello, solo falta tomar la decisión política de investigar los crímenes económicos de la última dictadura. Una de las deudas más grandes, desde recuperada para siempre la democracia en 1983.

 

 

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